Los espacios interiores cambian continuamente, sería insensato creerlos inmutables. Objetos, materia y colores vibran, se deterioran, o dejan de atraernos. Permanece solamente el anhelo de crear las condiciones para generar una atmósfera que nos contenga, nos dé placer, y nos haga sentir, así fuese por un instante, que hemos llegado a un lugar de donde nos costará partir.Pero eso es también ilusorio, y debemos reconocer que prestamos nuestra inspiración a la disciplina de todo lo que, como como esta vida, es fugaz, inasible y sin por qué.

La poética del objeto, sus infinitas relaciones con otros objetos y las incesantes evocaciones que nos provocan son fenómenos que iniciamos pero a la vez nos trascienden. Queda como sola huella perdurable nuestra aspiración a que la búsqueda de calidad y refinamiento nos ayude a reconocer cada día el valor y la vigencia del objeto creado.